Empezaré por admitir que la Calle de Santa Isabel se ha convertido en los últimos tiempos en una de mis predilectas de Madrid. Una circunstancia de la que percibo no soy el único devoto viendo el curioso caso de gentrificación que se está produciendo en esta espigada calle.
Nace en la pletórica plazuela de Antón Martín y termina de manera abrupta, chocando de bruces contra uno de los laterales del Museo Reina Sofía. En su largo trayecto vamos dejando atrás incontables focos de atención como el Cine Doré, el mercado de Antón Martín, el Colegio de Médicos de Madrid o el Real Monasterio de Santa Isabel. Su creciente demanda y renovado vecindario hace que tenga un carácter alegre y positivo por ello, en el secreto de esta vez, nos vamos a sumergir en sus recuerdos.
Acostumbrados a pasearla entre vivos colores hoy nos permitimos la licencia de mirarla, a través de un agujerito, el que nos traslada hacia el año 1930. Entonces el actual mercado de Antón Martín no existía todavía, puesto que no llegaría hasta 1941. Su ausencia no era un inconveniente para todas esas amas de casa que encontraban en aquellos tenderetes y puestos ambulantes las más variadas mercancías para el hogar. Me resulta curioso el contraste entre el actual y colorido aspecto de la calle y el serio y frío semblante que ofrecía esta vía por entonces, con todas esas mujeres vestidas de oscuro y gesto áspero.
Quien sí que ya estaba por entonces era el Cine Doré, al que vemos entrar en escena de forma tímida en la parte superior de la fotografía. Él ha sido un afortunado testigo del radical giro que ha experimentado la Calle de Santa Isabel con el paso de los tiempos. De ser un escenario del Madrid más costumbrista y tradicional a la meca de jóvenes de aspecto moderno y desenfadado. Una evolución que no se ha escrito de la noche a la mañana pero que no deja de ser sorprendente como casi todas las apuestas deportivas, como casi todo lo que nos desvela Madrid.