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Fotos antiguas: Madrid y su cambio de armario

Sales de casa de camino al trabajo y te das cuenta que salir en manga corta ha sido un error. Quizás el fin de semana, si tienes un par de ratos libres, será conveniente hacer, por enésima vez, el cambio de armario. Rescatar del altillo los jerseys y demás prendas que te protejan en los próximos meses del aire serrano que amenaza con bañar Madrid.

No querías admitirlo pero sí, toca afrontar la realidad, el verano ya es historia y comienza la temporada de frescos despertares. Esos días grises en los que uno encuentra un tímido alivio al introducir las manos en los bolsillos mientras avanza con paso firme pero que queréis que os diga ¡Cómo me gustan esos paseos por Madrid!

Jornadas de tímidas lluvias, cielos espesos y largos abrigos. Un escaparate urbano que no tardará mucho en llegar y que Manuel Urech, uno de los mejores fotógrafos que jamás conoció Madrid, ya retrató así de bien en 1948. En la Puerta del Sol, junto a la boca del metro, dos amigas parecen dilatar su despedida aprovechando el frágil refugio que les brinda el paraguas. A su vera, un hombre duda, como si estuviese calculando que ruta tomar hasta su destino, tratando de pasar el mínimo tiempo posible al descubierto. Una foto con ligeros matices melancólicos cuya escala de grises casa a la perfección con la atmósfera inmortalizada.

Octubre amenaza, el otoño ya es una realidad. Madrid y nosotros volveremos a mudar, de piel y de cielos. Aun así mantendremos intactos nuestros sueños y las ganas por seguir explorando esta ciudad, bajo el cielo del color que sea.

Puerta del Sol, 1948. Madrid

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Fotos antiguas de Madrid: Gran Vía, 1954

¿Era aquel Madrid de hace varias décadas más elegante que el actual? ¿O era el ojo del fotógrafo Catalá Roca el que lograba vestir aquella ciudad de un halo de donosura a través de su objetivo? Creo que un poco de ambas como se puede intuir en esta preciosa foto de 1954 de Madrid tomada junto a la puerta del Casino Militar, a la altura del número 13.

Aquel Madrid de gabardinas y prendas otoñales se quedó para siempre con un alma de escala de grises, lo que le aporta un cierto toque nostálgico.  Me gusta el contraste que vemos sobre el asfalto, aquel autobús de dos pisos, sinónimo entonces de vanguardia y modernidad, apurando la marcha a un coche que parece totalmente desubicado en el tiempo ya que nos parece mucho más antiguo que el contexto que le rodea.

Echo de menos, sin haberla paseado, aquella Gran Vía señorial, de toque cinematográfico. De conversaciones inalteradas, de suelo de adoquines, de niebla y elegantes farolas. Hoy, toda ella es un enorme escaparate, un continuo estímulo diseñado para comprar y vender, antes no tenía aquella obsesión mercantil, ni sabía lo que era un Black Friday ni lo intuía. Era más natural, más ella y me gustaba más así.

Gran Vía, Catalá Roca. 1954

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