Condenada a vivir encorsetada entre sus dos hermanas mellizas, las plazas de Jacinto Benavente y de Santa Ana, por su fisionomía quizás puede llevar a equívoco, a pensar que es un simple vaso comunicante entre ambas explanadas, un anodino ensanchamiento de una calle, pero nada más lejos de la realidad. Posee una identidad propia y una biografía digna de ser analizada. La Plaza del Ángel es un considerable botín de secretos que merecen ser desgranados.
Empezaré por matizar que su denominación me parece una de las más evocadoras de todo el callejero de Madrid. Su mera mención me transporta a ese Barrio de las Letras que exige ser paseado con actitud y espíritu calmado, haciendo hincapié en rebuscar ante cada desvío que se nos presenta. En ella desembocan numerosas vías como, por ejemplo, la Calle de la Cruz, la de Espoz y Mina o la concurrida Huertas pero podemos decir que lo hacen casi de puntillas, sin atosigarla. Su forma de embudo, fruto de las numerosas reformas del pasado, es un espacio que merece que el peatón atraviese varias ocasiones para contagiarse de su alma.
El primero de los secretos en el que debemos detenernos es el origen de su hermoso nombre. La solución a este enigma la encontramos en el propio suelo de la plaza. Tal y como sucede por toda esta zona de Madrid en el pavimento encontramos interesantes inscripciones que, a modo de pistas, nos relatan algunas curiosidades de la Villa y Corte. Según podemos leer, en el solar donde hoy se extiende la plaza desde 1660 se ubicó el convento de San Felipe Neri, el cual alojaba una preciada pintura del Santo Ángel de la Guarda, cuadro de gran estima para los madrileños. Con el devenir de los años, tanto el edificio como la obra se esfumaron pero el nombre se mantendría ya para siempre.
La Plaza del Ángel siempre se ofrece bulliciosa. Comercios y tabernas le aportan un aire animado que no es más que la herencia de tiempos pasados y es que, como vamos a ir descubriendo, su vida social siempre ha sido de lo más cargada. Si la paseamos es seguro que nuestros ojos se vayan, instintivamente, al espectacular edificio que habita una de sus esquinas, el hoy Hotel ME Madrid Reina Victoria, cuya perspectiva, abriendo el paso hacia la Plaza de Santa Ana es simplemente deliciosa. Pero, ¿Qué hubo en ese solar antes de él?
Resulta que desde 1810 esta preciada esquina la ocupó el Palacio de los Condes de Montijo, famoso desde su nacimiento por las selectas fiestas que en él organizaban las altas esferas de la sociedad madrileña y en donde tuvo lugar un histórico capitulo. En una de sus estancias se anunció en la Navidad de 1874 que Alfonso XII sería proclamado Rey de España. Terminada su atareada vida glamurosa, el edificio albergó más tarde el Casino Militar, teniendo en su segunda planta a un ilustre vecino como el que fuese Presidente del Consejo de Ministros, José Canalejas. Aquella construcción se derribó para levantar, en 1919 el “Edificio Simeón” que hoy admiramos. Poca gente sabe que antes de ser un lujoso hotel se concibió para alojar unos grandes almacenes.
No hay dudas de que esa esquina de la Plaza del Ángel guarda muchos secretos e historias que habitualmente, al bordearla, pasan desapercibidas pero su vecina de patio no le va a la zaga. Justo enfrente se ubica otro elegante establecimiento hotelero, el Palacio de Tepa. En este lugar se ubicó antiguamente la Fonda de San Sebastián por la que pasaron ilustres intelectuales y literatos como Jovellanos, Moratín, Larra, o Espronceda. Epicentro de grandes tertulias, su voz se apagó hace tiempo, no así su recuerdo, de hecho una placa en la Calle San Sebastián nos susurra su apagada existencia. No obstante os recomiendo éste interesante artículo del blog «Antiguos Cafés de Madrid» para conocer un poco más sobre este extinto espacio del colectivo madrileño del que algún día os hablaré.
La Plaza del Ángel es uno de esos espacios coquetos, en los que se desprende un ambiente amigable en cualquier época del año y del día. Capaz de reciclarse con solvencia, no se encapricha con vivir de su intenso pasado. En los últimos años el trasiego de turistas que aporta el cálido Hostal Persal o el histórico Café Central, abierto en 1910 y cuyo futuro no está nada claro, han sido encargados, entre otros, de que la vida de esta explanada no decaiga ni un ápice. Anónima para muchos en su concepción de plaza, su pasado y su presente son su mejor aval para garantizar un futuro que, en el corazón de Madrid, es complicado asegurarse.
Foto del suelo sacada de http://palomatorrijos.blogspot.com.es y foto de la portada procedente del blog http://rinconesibericos.blogspot.com.es