Martín López
Hace poco más de una década que en Madrid Diferente dábamos cuenta de la apertura de las primeras tiendas y cervecerías especializadas en cerveza artesanal en Madrid; así como de pequeñas micro cerveceras que se instalaban en la ciudad y que incluían una zona de bar para que pudiéramos degustar in situ sus cervezas acompañadas (o no) de algún que otro bocado. Hoy siguen produciéndose nuevas aperturas, pero estas han dejado de ser noticiables. Hasta ahora, que ha llegado Lavoisier con una propuesta que se desmarca del resto: cerveza artesanal elaborada con sobras de pan. Su creador es Christophe Chevallier, un francés que hasta la fecha había trabajado en diferentes restaurantes de alta cocina, que ha conseguido dar un paso más en el mundo de las cervezas introduciendo un nuevo ingrediente en su elaboración, el pan.
Los cuatro ingredientes necesarios para la elaboración de una cerveza son agua, lúpulo, lavadura y malta; el último elemento es, tras el agua, el elemento con más peso. La malta es un preparado de cebada y otros cereales que han sido sometido a un proceso conocido como malteado, cuyo control por parte de los maestros cerveceros es clave para determinar el sabor de la cerveza y su color. Pues bien, en este proceso Christophe ha sustituido un 30% de la malta por pan seco del día (en su mayoría hogazas) que las panaderías del barrio no han conseguido vender. Con ello consigue que la cerveza que fabrica en una cervecera de Arganda del Duero tenga un sabor genuino; sí sabe a cerveza, pero con un puntito especial que agrada notablemente al paladar. La ha bautizado con el nombre de Lavoisier, en honor al químico francés que dijo aquello de «nada se crea, nada se destruye, todo se transforma»; es lo que él hace con las sobras de pan, transformarlas en cerveza.
Parte de esa cita, «Todo se transforma», la encontramos en el luminoso que nos recibe nada más entrar a esta cervecería de Malasaña. Pero no es el único homenaje a uno de los principales protagonistas de la revolución científica en el s. XVIII, en el salón del fondo hay un mural donde le podemos ver brindando con una de las cervezas que llevan su nombre. Llevan la firma de la arquitecta e ilustradora Carmen Corrales; a ella también pertenece el otro gran mural de la entrada en el que se explica con detalle todo el proceso de creación de las cervezas Lavoisier. Ya solo toca dirigirnos hacia la barra, elegir el estilo que más nos seduzca y pedir que nos sirvan una o media pinta.
DIFERENTES ESTILOS Y PLATOS PARA PICAR
Una pizarra sobre los grifos nos indica los diferentes estilos que tienen pinchados, los grados de alcohol y el precio: Pilsen, Blonde Ale, IPA, Blanca, Iris Red Ale e Imperial Stout. A ellas hay que sumar dos más sin alcohol (Pale Ale y Amber Ale) y otra cerveza estacional, que cambia según la temporada. Si queremos acompañarlas con algo de picoteo -muy recomendable por las sorprendentes armonías que ofrecen las cervezas de pan- cuenta con una pequeña carta de bocados sencillos pero muy gustosos. A saber, humus con pan de pita, empanadas argentinas de Graciana (nuestra marca favorita), tablas de quesos españoles o franceses (en tamaño para 2 y 4 personas), tabla de embutidos y bocadillos calientes (el de queso Brie con sobrasada, nos dicen que es tremendo).
Además de por el concepto, en Lavoisier nos llamó la atención su amplio salón, repartido en diferentes áreas válidas para todo tipo de ocasiones. Las mesas altas de la entrada animan a encuentros informales, para tomar unas cerves, charlar y picar algo si surge. Al fondo, mesas bajas para reuniones de grupo y cenas más convencionales; y entre ellas, un saloncito súper apetecible, con un Chester y algunas butacas en las que, literalmente, te vas a sentir como en casa. Cuando nos enteramos que tanto el diseño como la decoración y la iluminación de la sala eran también obra de Cristophe no tardamos en felicitarle. Sobrio, elegante y cálido a al vez, ¡eso es tener buen gusto!
Siguiendo la teoría de Lavoisier, buena parte del mobiliario son objetos con historia que han sido reciclados para nuevos usos: sillas de colegio, luces de puerto… Pero el más llamativo de todos es un barril centenario que encontró cuando adquirió el local y que ha sido convertido en un velador que nos recuerda al de las tabernas de antaño. Estamos seguros que el químico hubiera aprobado en su totalidad el proyecto de esta cervecería, ¡y con nota!
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